El doctor Holguín

Por Miguel Angel
Santos Guerra.  
En el transcurso de una comida celebrada ayer en Santiago, me cuenta una docente chilena de la Universidad Andrés Bello, la más grande del país,  que a un hijo suyo le preguntó  en cierta ocasión su profesora:

- ¿Cómo se llama el doctor que cura  el oído, la nariz y la garganta?

El niño respondió con aplomo, sin dudarlo un segundo:

- Doctor Holguín.

La profesora consideró que la respuesta no era correcta ya que debería haber dicho: otorrinolaringólogo.

Sin embargo el niño había contestado con toda lógica y rigor pronunciando el apellido del doctor al  que le llevaban sus padres para que le curase sus males de oído, de nariz o de garganta: el Doctor Holguín.

Esta interesante anécdota me lleva, una vez más, al intrincado tema de la evaluación de los aprendizajes. Creo que se pide con excesiva frecuencia la repetición de los conceptos que aparecen en el libro de texto o en las explicaciones del profesor.

Veo a mi hija Carla preocupada por repetir con fidelidad en los exámenes lo que dice el libro de texto y, cuando le insisto en que utilice sus propias palabras, me contesta que se siente más segura si repite  fielmente lo que ha leído. No es de extrañar esta actitud cuando los profesores insisten más en la repetición que en la comprensión. Recuerdo que una docente les decía a sus alumnos: “Esto es muy importante. Tenéis que aprenderlo de memoria para el examen. Bueno, si alguien no es capaz de decirlo de memoria, lo puede decir con sus propias palabras”.Tendría más sentido el argumento contrario: si alguien no lo puede decir con sus propias palabras, que se  limite a repetirlo como está en el texto.

Con esto no quiero decir que la memoria no sea importante. El ser humano es memoria. Es necesario ejercitarla. Lo que critico es la memorización mecánica, la repetición que está alejada de la comprensión y del sentido.

¿Por qué la profesora considera errónea la contestación del niño que da como respuesta el nombre del doctor que atiende a los miembros de la familia? Está cargada de lógica, responde a la realidad, es coherente con la pregunta planteada. Creo que existe un componente de repetición desmesurado en los procesos de evaluación escolar. Se pide  muchas veces que se repita lo que dice el libro, lo que converge con los parámetros esperables.

Una evaluación pobre da lugar a un proceso de enseñanza y aprendizaje pobre. Un autor llamado Doyle, que conocemos muy bien los didactas, dice que en un aula puede haber actividades intelectuales de diverso tipo: memorísticas, algorítmicas (aprender los pasos), comprensivas, comparativas, analíticas, de opinión, de investigación, de creación… Está muy claro, a mi juicio, que estas actividades están ordenadas de menor a mayor importancia intelectual, de menor a mayor complejidad. Van ganando en dificultad según el orden de la lista.

Ahora bien, si pensamos en la cantidad de tareas de estos tipos que aparecen en la evaluación, podremos comprobar que hay más de las primeras que de las últimas. De esta forma, estaríamos potenciando los aprendizajes de naturaleza intelectual más pobre.

Hago algunas veces esta sencilla prueba en las clases o conferencias sobre evaluación. Presento la lista de tareas de Doyle y pregunto por su jerarquía intelectual. Todos, sin excepción, suelen decir que están ordenadas de menos a más. Pero cuando pregunto a continuación de qué tareas hay más en las evaluaciones, la respuesta es inequívoca: hay más de las más pobres. La pregunta siguiente es casi inevitable: ¿por qué esta incongruencia?

Las explicaciones se asientan en la rutina (siempre lo hemos hecho así, como evaluados y como evaluadores), en la forma de actuar de la mayoría (todos lo hacen así), en las prescripciones (nos piden que lo hagamos así), en las mayor facilidad para responder a las familias (ha respondido mal, ha respondido bien) en la mayor facilidad para la corrección (no es, sí es  la respuesta correcta), en la mayor facilidad para la cuantificación (tantas respuestas correctas, tantos puntos)…

La reproducción memorística, sin comprensión, es una actividad simple frente a otras de carácter más complejo que serían más beneficiosas para el desarrollo intelectual. Pero la evaluación condiciona el aprendizaje ya que se encamina al éxito.

El conocimiento académico tiene valor de uso (a veces, más que discutible) y valor de cambio (incontestable). Es decir, que si demuestras que has adquirido ese conocimiento el sistema  te lo canjea por una buena calificación. Para tener éxito, pues, es necesario responder correctamente a las demandas de la evaluación. Si las demandas son pobres, la preparación que se hace para tener éxito es también pobre.

De ahí tantos esfuerzos baldíos por la reproducción. Se repite lo escuchado o lo leído, aunque no se comprenda bien el contenido. He contado alguna vez la siguiente anécdota, ocurrida en un examen oral de Historia. El evaluador pregunta:

- ¿Por qué fueron expulsados los judíos de la Península?

Después de meditar durante unos segundos, el alumno contesta.

- Porque no querían dejarse hacer fotos.

El profesor le pide que reconsidere la respuesta, ya que lo que ha dicho no tiene sentido,. La respuesta encierra, añade, un evidente anacronismo puesto que en aquella época ni siquiera  había cámaras de fotos.

Pero el alumno responde que lo ha leído en el libro y que está seguro de que esa es la respuesta correcta ya que está repitiendo lo que dice el texto.

El profesor le invita a leer de nuevo de forma comprensiva. Le pide que, con atención, revise el contenido. Así lo hace el alumno, que se ratifica en la respuesta y se muestra orgulloso de tener razón.

El profesor le hace ver entonces que lo que realmente dice el texto es lo siguiente: “Los judíos fueron expulsados de la Península porque no querían retractarse”. El alumno se había comido la letra c en la palabra retractar y había leído retratarse. Y, claro, retratarse es hacerse fotos.

Repetir lo que dice el libro se convierte por parte de los alumnos y de las alumnas en una obsesión. Si lo aprenden de memoria se encuentran seguros de que serán bien evaluados. La opinión propia, el análisis, la crítica, la opinión propia, la creación, la aplicación, aunque actividades intelectuales más complejas, generan una mayor incertidumbre. ¿Cómo será valorada la opinión personal ante cualquier cuestión? La incertidumbre aumenta cuando el sistema de evaluación es jerárquico. Porque no habrá posibilidad de explicarse y defenderse. Ahora bien, si los evaluados tienen protagonismo y pueden fijar criterios, discutirlos y poner en tela de juicio su aplicación, la incertidumbre disminuye.

Desde estas líneas quiero instar a convertir la evaluación en una ocasión de aprendizaje y no solo de control, a transformar la evaluación en un momento de disfrute y no de temor, a hacer de la evaluación un proceso de creación y no de mera repetición mecánica. Para ello hay que darle más protagonismo a los evaluados y evaluadas, hay que convertirlos en el centro del proceso y no en meros destinatarios de las decisiones y las demandas jerárquicas.

Publicado en http://blogs.opinionmalaga.com/eladarve/ el sábado 3 de octubre de 2015.

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