Doce rosas para los docentes

Por Miguel Angel
Santos Guerra.  
El pasado día 5 de octubre se celebró el Día Mundial del Docente. Quiero sumarme al homenaje que el alumnado, las familias y la sociedad en general han tributado a quienes dedican su vida a la tarea más compleja, más delicada y más importante que se le ha encomendado al ser humano en la historia: trabajar con la mente y el corazón de las personas.

Voy a preparar un ramillete de doce rosas que deseo   depositar con admiración, respeto y afecto  en el jarrón de sus quehaceres. Las rosas son los motivos que despiertan mi felicitación y mi gratitud. No serían en realidad solo doce. Serían miles. Seleccionaré una docena porque ese número está cargado de símbolos en la confección de los regalos florales. Algunas rosas tienen espinas pero no por eso pierden su belleza y su fragancia.

Primera rosa. En un mundo en el que todos y todas saben que quien tiene información tiene poder, los docentes dedican su tiempo y su afán a compartir el conocimiento que poseen y a procurar que sus alumnos  y alumnas busquen de forma autónoma el conocimiento en fuentes diversas. No solamente les ayudan y estimulan a buscarlo sino que les ofrecen criterios para discernir si el conocimiento hallado es riguroso o si, por el contrario, está adulterado por intereses políticos, comerciales, económicos o religiosos. Finalmente, les orientan para que esos conocimientos se pongan al servicio de una sociedad mejor y no solo de sus propios intereses.

Segunda rosa. En cualquier otra profesión el mejor profesional es quien más y mejor manipula los materiales.  En esta es quien más y mejor los libera. De ahí la complejidad de la tarea de enseñar. Los materiales que maneja un arquitecto, un químico o un biólogo  obedecen a leyes. Funcionan igual un lunes que un viernes, en Magadascar que en Londres. Pero los delicados materiales que manejan los docentes y las docentes  no obedecen a leyes. En educación no sucede que si A, entonces B. Lo que sucede es que si A, entonces B, quizás. El mismo reproche, a uno le estimula y a otro le hunde. La misma exhortación a uno de anima y a otro le deja indiferente.

Tercera rosa. En una sociedad que ofrece modelos a los niños y jóvenes por la vía seducción, los docentes presentan paciente y esforzadamente modelos por la vía de la argumentación. La sociedad propone el modelo de un futbolista famoso, de una actriz deslumbrante de un cantante arrollador… No muestra su esfuerzo cotidiano, ni su miedo a fracasar,  ni su  efímera gloria. Los docentes les hablan de ser personas honestas, estudiosas, solidarias y compasivas.

Cuarta rosa. Inmersos en la cultura neoliberal en la que prevalece el individualismo, la competitividad, el relativismo moral, la obsesión por la eficacia,  el olvido de los desfavorecidos, la privatización de bienes y servicios,  los docentes se dedican  a cultivar la solidaridad, el saber, el respeto, la dignidad y la compasión por los más débiles.  Saben muy bien que solo a los peces muertos los arrastra la corriente.

Quinta rosa. Los docentes y las docentes deben q enseñar a quienes no quieren aprender y se empeñan en que nadie pueda hacerlo. Tienen que despertar el deseo de saber en quienes están aturdidos por el ruido del dinero, del poder, de la fama y de todo tipo de adicciones. Y lo hacen con paciencia, con tino y con amor. Sí, con amor. Porque saben que esta profesión gana autoridad por el amor a lo que se enseña y el amor a  quienes se enseña.

Sexta rosa. Cada curso los docentes y las docentes van sumando un año mientras sus alumnos y alumnas se mantienen en la misma edad que siempre han tenido, debiendo superar desajustes generacionales cada vez más grandes. Y porque, cada año, después de aprender a querer a sus alumnos y a ser queridos por ellos, deben separarse de todos para empezar de nuevo el proceso de la conquista afectiva de otro grupo diferente.

Séptima rosa. Los docentes y las docentes tienen que soportar que quienes promulgan leyes para decirles cómo hacer mejor tu tarea tienen la osadía y el cinismo de empeorar las condiciones de su trabajo aumentado el número de los alumnos en el aula, endureciendo las condiciones de trabajo, cargando el quehacer  de estúpidas exigencias burocráticas y congelando o recortando un salario mediocre.

Octava rosa. Algunas familias entienden que el deber de los docentes y las docentes hacer toda la tarea que ellas no pueden, o no saben  o no quieren hacer en las casas. Y porque algunos padres y madres han perdido el rumbo y se han convertido en jueces, policías, espías o verdugos de quien deberían ser aliados y colaboradores estrechos. Se han olvidado de que todas las piedras que  tiran al tejado de la escuela caen sobre las cabezas de sus hijos e hijas.

Novena rosa. Los docentes y las docentes rescatan del contenedor de la basura de la sociedad palabras como dignidad, nobleza, respeto, esfuerzo, decencia y honestidad. Y tratan de vivirlas conscientes de que no hay forma más bella y más eficaz de autoridad que el ejemplo. Nunca se olvidan de que el ruido de lo que  son llega a  los oídos de los alumnos y alumnas con tanta fuerza que les impide oír lo que les dicen.

Décima rosa. Tienen que  tratar a todos por igual, aunque sean distintos y a todos de manera distinta aunque sean iguales. Saben bien que cada niño y cada niña trabajan de manera diferente como seres únicos, irrepetibles e irreemplazables que son. Sin embargo tienen que desarrollar un curriculum planteado desde la uniformidad de contenidos, métodos, evaluaciones y normativas.

Undécima rosa. Los docentes y las docentes  tienen cada día más presión social. Se exige de ellos que respondas a todas las necesidades de formación: para la paz, para el consumo, para la igualdad de los géneros, para la sexualidad, para el ocio, para la seguridad vial, para la convivencia, para la imagen, para los valores. Con  parecida formación y por el mismo sueldo.

Duodécima rosa. Nunca se acaba la formación. El conocimiento crece y se multiplica de forma exponencial, los alumnos cambian de manera acelerada, la sociedad se transforma sin cesar, el saber pedagógico se extiende y se acrisola, el  mundo digital se impone,  las instituciones se vuelven más complejas, el contexto y la historia  cargan de incertidumbres.

El homenaje debería ser universal y cotidiano.  Pero no está mal aprovechar este día como símbolo y como recordatorio. Pueden ser rosas, pueden ser libros, puede ser afecto. Cualquier cosa vale como tributo de reconocimiento.

En el Colegio de mi hija Carla, la Asociación de padres y madres ha tenido la hermosa idea de invitar a los niños y a las niñas a confeccionar posits de felicitación para la fecha. Mañana se producirá una lluvia multicolor que irá llenando las puertas y las paredes de sentimientos de gratitud, afecto y respeto a quienes tienen la compleja y delicada tarea de enseñar.

Debería generalizarse e intensificarse este tipo de iniciativas que hacen conscientes a los alumnos y alumnas de la importancia que tiene la tarea que desempeñan en la sociedad sus profesores y profesoras.  Por eso esta docena de rosas para los docentes.

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