Es que tenemos cachorritos

Por Miguel Angel
Santos Guerra.  
En mi Facultad de Ciencias de la Educación, durante dos meses, el periódico El País, hace campaña repartiendo ejemplares gratuitos a quien desee recibirlos. Diariamente veo a una simpática jovencita detrás de varios montones de periódicos. Ella va entregando a quien se acerca un ejemplar (o más si se le pide).

Me sorprendía ver que los montones, después de varias horas, mantenían casi su altura inicial. Me acerqué espoleado por la curiosidad y, después de los saludos de rigor, pregunté a la hermosa joven que reinaba detrás de la montaña de papel impreso:

- ¿Cuántos ejemplares traes cada mañana?

Contó los 30 bloques, dijo que había 25 ejemplares en cada uno e inmediatamente me dio la respuesta:

- Exactamente 750.
- ¿Los repartes todos?
- No, qué va. Mas o menos la mitad.
- ¿Sucede lo mismo en todas las Facultades?
- Sí, incluso en la de periodismo.
- ¿Lo saben los responsables del periódico?
- Pues sí, lo saben, pero no les interesa traer menos, a pesar de que no se repartan, porque reciben subvenciones según el número de ejemplares que se traen.

Le di las gracias por su trabajo y por su información. Y me fui preocupado por el nivel de lectura de nuestros estudiantes universitarios. No me fui defraudado por ellos sino por nosotros y nosotras, sus docentes. ¿Qué hacemos (o dejamos de hacer) para que no estén interesados por la lectura? ¿Qué decimos (o dejamos de decir) pasa que no están preocupados por la actualidad? Tendríamos una respuesta clarísima si de los profesores y profesoras que pasan por el hall muchos no se acercasen al punto de reparto. Quiero pensar que no es así.

Me preocupa mucho la desafección respecto a la lectura. Como dice sagazmente Manuel Alcántara: “Cuando alguien nos dice que no lee, bien podría ahorrare la confidencia”.

En el edificio donde se reparte gratuitamente El País hay más de seis mil alumnos y alumnas pertenecientes a dos Facultades: la de Ciencias de la Educación y la de Psicología. Cuando veo los montones de periódicos que sobran cada día no puedo por menos de pensar que el interés por la lectura es muy escaso.

Con las personas pasa como con los cerdos (perdón): según lo que comen así es la calidad del jamón. Es decir, que según lo que se lee, así estará llena de ideas la mente.

No recuerdo en qué película, una belleza femenina tan despampanante como inculta decía alardeando de que leía el periódico de vez en cuando:

- Yo leo el periódico espasmódicamente.

No era de extrañar.

Me devano los sesos preguntándome por las formas eficaces de despertar el amor a la lectura, la pasión por la lectura. No creo que la causa sea el tipo de periódico que se distribuye. Estoy convencido de que pasaría lo mismo si se repartiesen El Mundo, ABC, La Razón, Público o La Vanguardia…

Claro, que aumentaría la difusión si el contenido del periódico fuese objeto de examen. Y eso me preocupa porque significaría que solo se lee aquello que va a ser objeto de examen, pero no aquello que realmente interesa.

Le comento mi preocupación a mi querida compañera y amiga Lola Alcántara. Y ella, con su perspicacia a la vez congénita y aprendida, agranda la herida de mi preocupación. Me cuenta que, al recoger el periódico, vio a dos alumnas que, a su lado, pedían su ejemplar. Ella muestra expresa su satisfacción y les dice:

- Qué bien que haya estudiantes interesadas por leer.

Y se queda de piedra al escuchar la respuesta de estas lectoras fallidas:

- Es que nosotras tenemos un cachorrito…

Es decir que los periódicos que solicitaban no estaban destinados a alimentar sus mentes con noticias y reflexiones sino a contener los excrementos de su cachorro. ¿Por qué no leen ni gratis? No es por falta de tiempo porque por allí deambulaban muchos estudiantes y charlaban sentados en los bancos o en la cafetería. Es, de forma inequívoca, por falta de interés. Y siempre que esto sucede vuelvo la mirada hacia la educación. A los padres y madres. A los educadores y educadoras.

Puede ser que no nos vean suficientemente aficionados a la lectura a los adultos. Si nosotros no leemos, si a nosotros no nos apasiona la lectura, no podemos inculcar esa afición. Porque nadie da lo que no tiene.

Puede ser que no hayamos sabido despertar el interés por la lectura, que no hayamos sido capaces de impulsar estrategias adecuadas para que surja de forma poderosa esa absorbente ilusión. Dice Azorín: “Las lecturas que se hacen para saber no son, en realidad, lecturas. Las buenas, las fecundas, las placenteras son las que se hacen sin pensar que vamos a instruirnos”. Bruno Betlelheim y Karen Zelann, en su excelente libro “Aprender a leer”, dicen: “Nuestra tesis es que el aprendizaje –especialmente el de la lectura- debe dar al niño la impresión de que a través de él se abrirán nuevos mundos a su mente y a su imaginación. Y eso no resultaría difícil si enseñásemos a leer de otra manera”.

Puede ser que la era de lo digital haya mermado el interés por la lectura en soporte de papel. Pero no creo que quienes desprecian los ejemplares del periódico se asomen luego a la edición digital cuando lleguen a sus casas.

Pienso también en la posible causa de que la lectura requiere más esfuerzo de concentración que la simple contemplación de imágenes fijas o en movimiento. Vivimos en la era de la distracción. Estamos dominados por el síndrome del picaflor. El picaflor es un diminuto pajarito que vuela de flor en flor extrayendo su néctar, pero sin posarse jamás en ninguna.

¿Qué hacer?

Pues, en primer lugar, los adultos tenemos que disfrutar con la lectura, hay empezar por apasionarse con la lectura. Porque si nosotros no leemos, si nosotros los padres y profesores no tenemos interés por los libros, es imposible que los niños se aficionen a la lectura.
Dice Fernando Savater en su libro “Mira por dónde”: “Ninguna madre tiene derecho a quejarse de que sus hijos nunca lean o lean a regañadientes si ella no ha sido capaz de leerles de vez en cuando como tú me leías a mí… incluso mucho después de que ya supiese leer perfectamente, solo por darme gusto”.

Mi admirado y querido amigo Paco Abril ha tenido la gentileza de pedirme un prólogo para su estupendo libro “Los dones de los cuentos”. Uno de los dones de los que habla es el don del deseo de leer. Dice: “Leer es acceder al inmenso caudal de sutiles conocimientos acumulados desde la invención de la escritura, es conseguir establecer complicadas conexiones entre las neuronas de nuestros cerebros creando senderos insólitos de percepción y comprensión; es navegar de una lado a otro por océanos de papel impreso que amplían sin cesar nuestros horizontes”.

Emily Dickinson dice que “no hay mejor fragata que un libro para llevarnos a tierras lejanas”. Me preocupa que nuestros estudiantes no quieran embarcarse en esta empresa maravillosa, ni siquiera de forma gratuita. Me preocupa que esas dos alumnas (y tantas otras) solo quieran el papel impreso para hacer la cama a sus cachorritos.

Publicado en blogs.opinionmalaga.com/eladarve/ el sábado 19 de abril de 2014.

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