Y un día las canchas se quedaron sin el corazón y el temperamento de Nocioni. El santafesino, Ícono de la Generación Dorada, se despidió del profesionalismo con un subcampeonato en la Liga de España


Y un día las canchas se quedaron sin el corazón y el temperamento de Nocioni

El santafesino, ícono de la Generación Dorada, se despidió del profesionalismo con un subcampeonato en la Liga de España.



Andrés Nocioni enamoró desde la actitud.Foto: Prensa Real Madrid

La crónica sobre el retiro de cualquier basquetbolista que haya sumado 17 títulos en su carrera probablemente empezaría destacando ese aspecto o al menos lo pondría entre los primeros. No sucederá en el caso de Andrés Marcelo Nocioni. Su significado, lo que representa en el colectivo basquetbolero popular, trasciende las fronteras de lo deportivamente palpable. No hay medallas ni copas que sirvan para ejemplificar lo que provocó en los corazones ajenos durante 22 años de trayectoria: sólo se explica a través de sensaciones.

Sí se puede dar cuenta, sin embargo, de lo que él sintió. De cómo sintió. De hasta cuándo sintió. Porque ahí está su Real Madrid, cayendo en la final de la Liga ACB de España ante Valencia. Será 87-76 para el 3 a 1 definitivo en la serie. Y Chapu, ese tipo de los 17 títulos, se lamentará por esta derrota y por, al cabo, no poder despedirse como quería: campeón.

Llora desconsoladamente en el banco de los suplentes, con su compañero mexicano Gustavo Ayón arrodillado frente a él, tomándolo de la nuca, intentando contener su tristeza. No hay caso: el guerrero quiso la gloria hasta el último segundo de la batalla.


Andrés Nocioni, campeón olímpico en Atenas 2004.Foto: AP

Un rato más tarde, frenará por última vez ante los micrófonos con una tranquilidad impensada minutos antes, cuando todavía las lágrimas enjuagaban sus mejillas. Y dirá, fiel a su estilo directo pero reflexivo, que “el deporte sigue, Real Madrid sigue, la Selección Argentina sigue”. Agregará el santafesino: “Solamente uno se retira, da un paso al costado de la mejor manera posible. No tengo ninguna frustración en mi vida: he ganado, he perdido, he llorado y he festejado. No me he dejado nada. Estoy muy tranquilo con mi carrera”. Aunque admite que “es algo feo terminarla así”. Espíritu competitivo intacto.

“Lo que contagiabas no puedo expresarlo con palabras. Con mirarte a los ojos bastaba para saber que ibas a salir a matar. Gracias”. La frase que deja Facundo Campazzo en su cuenta de Twitter también sirve para tomar dimensión. Nocioni, parte integral de la Generación Dorada, fue probablemente uno de los menos talentosos naturales de ese puñado de hombres que cambiaron la historia del básquetbol argentino y mundial. Pero fue el más valiente. El del corazón de fuego que contagió al resto.



Andrés Nocioni, en acción.Foto: Reuters

Que no haya sido el más hábil de la camada no implica que haya sido un jugador medio pelo. Al contrario. Sólo que los otros, los que subieron al Olimpo junto a él, fueron demasiado. Pero Nocioni supo destacarse desde chico. No por nada el mismísimo creador de la Liga Nacional, León Najnudel, lo fue a ver personalmente al club Unión de Santo Tomé (en su Santa Fe natal) y tardó sólo cinco minutos de una entrada en calor en convencerse de que debía llevárselo a jugar a Buenos Aires.

Con Nocioni se despide un jugador que enamoró desde lo actitudinal, primero, y desde la técnica, después. Un tipo hecho para los grandes desafíos, un soñador a la medida exacta de una Generación Dorada que necesitaba de esos aspirantes a la eternidad para que sean eternos los laureles que supieron conseguir. Un líder, dentro y fuera de la cancha, con manos y cabeza preparadas para los momentos cumbre.


Nocioni se levanta y enmudece a Brasil en Río 2016. (Reuters)

Porque Chapu es el dolor, la angustia y la tristeza del triple fallado contra España en la semifinal del Mundial 2006. Pero es también la alegría, el desenfreno y el descontrol del triple convertido en los Juegos Olímpicos de Río 2016 contra Brasil. Es el tipo que, incluso con una personalidad y un estilo de juego físico al límite que lo hizo ganar varios enemigos, como el puertorriqueño Antonio Latimer, al final siempre se ganó el respeto de extraños, más allá del incondicional amor de los propios.

Ydespués de todo eso, recién después y solamente después, se pueden mencionar los títulos. Cinco medallas de oro con la Selección; una de ellas, la correspondiente a una de las mayores hazañas en la historia del deporte: el oro olímpico de Atenas 2004, tras vencer -por segunda vez- a Estados Unidos. Ocho títulos en Real Madrid, tres en Baskonia y hasta uno en Peñarol. Son parte de su grandeza, pero no lo son todo. Su esencia va mucho más allá.

Fuente: Clarín

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