Ese es el jefe

Por Miguel Angel
Santos Guerra.  
En la ciudad colombiana de Ibagué compartí con otros colegas un panel acerca de la dirección de las instituciones educativas. La dirección de las instituciones es uno de los elementos que determinan la calidad de su funcionamiento. El problema es que, a veces, quien debiera ser el acelerador del entusiasmo, de la innovación y del compromiso, se convierte en el freno que impide la mejora. Quien debiera servir a la comunidad, se sirve de ella.

No es razonable, pues, que la formación de directivos sea poco exigente, el ejercicio profesional poco riguroso y las condiciones del trabajo más que deficientes. Resulta imprescindible contar con directores y directoras competentes y con unas condiciones favorables.

Un señor quería comprar un loro. Fue a una pajarería y le explicó al dueño que deseaba comprar un loro ya que, como vivía solo, pensaba que le iba a servir de compañía.

- Ahí los tiene usted. Escoja el que más le guste.
El cliente observa el comportamiento de los loros en sus respectivas jaulas y señala aquel que más le gusta por el color del plumaje y los elegantes vuelos que hace entre los barrotes.
- ¿Cuánto vale este?
- Ha elegido uno de los más caros. Ese loro vale quinientos euros.
- ¡Qué barbaridad! ¿Cómo es posible?
- Porque ese loro puede transmitir mensajes largos, no solo en español. También es capaz de reproducir mensajes en francés.
- No, señor, no puedo permitirme ese gasto.

El comprador observa de nuevo la jaula y, después de una detenida observación, señala otro al dueño de la pajarería. Y éste le dice:
- Tiene usted buen ojo. Ha elegido un loro más caro que el anterior. Este vale mil euros.
- No me lo puedo creer, dice el comprador aturdido por la cifra. Pero, ¿este qué sabe hacer?
- Este es capaz de reproducir mensajes en dos idiomas además del español. Sabe reproducir frases en francés y en inglés.
- Es una cifra prohibitiva para mí.

Sigue su proceso de selección hasta que repara en un loro que le llama la atención por su quietud y majestad.
- Dígame, señor, ¿cuánto vale ese que está quietecito en la parte superior de la jaula?
- Vaya, ha ido a dar usted con el más caro de todos. Ese vale tres mil euros.
- Pero, ¿ese que sabe hacer?
- Ese no sabe hacer nada, pero es el jefe.

Espero que nadie se moleste por la anécdota. Sería injusto y casi ridículo generalizar su aplicación. En general se puede hablar de un esforzado y generoso grupo de equipos directivos de las instituciones educativas. Pero es necesario pensar en el papel que se les encomienda desde la administración, en el que asumen realmente y en las expectativas que tiene la comunidad sobre ellos y ellas. Y , cómo no, en sus competencias profesionales.

Es probable que la administración quiera que los directores y directoras sean el brazo armado de la ley en los centros. Estoy seguro de que la comunidad lo que quiere es tener al frente un “primus inter pares” que va delante, que da ejemplo, que escucha, que sabe hacer, que anima, que comprende, que trabaja más que nadie. Y que se enfrenta valientemente al poder cuando éste actúa de forma irracional o injusta.

Me duele oír quejas sobre directores y directoras que utilizan el cargo para zaherir a los demás, para decirles lo que tienen que hacer, para refugiarse en el despacho sin dar el callo. El buen director o directora de una escuela sabe, sabe hacer, hace y, sobre todo, sabe ser. Sabe lo que es una escuela, institución peculiar donde las haya. Y sabe dónde está enclavada su escuela. Porque todas las escuelas se parecen pero ninguna es igual a otra. Sabe quiénes y cómo son los profesores, las familias y los alumnos.

No solo sabe. Sabe hacer. Y hace. No me gusta el director (o directora, que no es igual) metido en su despacho, entregado al teléfono y a la burocracia. Me gusta el director que está en los recreos, en los pasillos, en las clases. Y que da clases. Ya sé que las instituciones educativas son cada vez más complejas y que se necesita un tiempo abundante para desarrollar las tareas de la dirección. Pero cuando se da clase se gana autoridad y se puede dar ejemplo de lo que hay que hacer.

Creo que el director no ha de ser como el loro del cuento, que no sabe hacer nada o que no sabe hacer nada mejor que los demás. Solamente ostenta el cargo, se beneficia de él.

En el panel al que hice referencia más arriba pedí que seis asistentes se colocaran a la distancia de un metro sujetando una cuerda larga. A uno que quedó en un extremo le pedí que asumiera la tarea de dirigir al grupo. Tenía que ir dando órdenes para que supieran qué hacer.

- Caminen de frente, ahora más de prisa, ahora giren hacia la izquierda, deténganse, avancen más despacio, agáchense…

El grupo iba siguiendo las órdenes. Unas veces eran seguidas con más diligencia y perfección que otras. Era un modo de hacer visible un estilo de dirección. Luego me puse en un extremo de la cuerda encabezando la hilera y les dije a los que la sujetaban detrás de mí:

- Síganme (mis lectores argentinos saben por qué en su país no utilizaría esta expresión).

Comencé a caminar al ritmo que consideré adecuado, giré cuando era necesario, me detuve cuando había que hacer una parada. No necesitaba dar órdenes. Yo iba delante haciendo lo que había que hacer. Era otra forma de dirección. Como metáfora, sirve para explicar algunas cosas, pero deja otras en la oscuridad que luego tuve oportunidad de comentar. Me referí a la dirección compartida, al hecho de acordar entre todos por dónde hay que avanzar.

Dice Belén Varela en su hermoso libro “La rebelión de las moscas” que los líderes de las organizaciones optimistas ( y la escuela debería ser la organización optimista por excelencia) son capaces de sacar lo mejor de cada uno de los miembros de su grupo. Su tarea fundamental no es la de controlar, silenciar, castigar e imponer. Es la de liderar. “El perro controla el rebaño, pero el rebaño no le sigue”. El perro no es un líder.

En mi libro “Las feromonas de la manzana. El valor educativo de la dirección escolar” contrapongo dos series de trece verbos, una vinculada a la dirección empobrecida y otra a la dirección educativa. La primera serie contiene los siguientes verbos: mandar, explicar, guiar, decidir, controlar, exigir, castigar, vigilar, imponer, ordenar, someter, silenciar y advertir. La segunda está integrada por los siguientes verbos: coordinar, dialogar, escuchar, aprender, amar, participar, estimular, aceptar, innovar, sugerir, comprender, proponer y reflexionar. Lo mismo se puede decir de las tareas que se realizan. Unas de naturaleza pedagógicamente pobre (hacer burocracia, hacer bricolaje, controlar, reprender…) y otras pedagógicamente ricas (formar, ayudar, coordinar…).

Volvamos al caso del loro. Algunas veces nos encontramos en la realidad con escuelas que son como aquella pajarería. El que no sabe hacer, o no hace nada o lo que hace no tiene ningún valor es el jefe. Hay que tener buenos directores o directoras. Personas que sepan lo que quieren y que se pongan delante de la comunidad para convertirse en un ejemplo vivo de lo que hay que hacer. Para que las ayuden a ser mejores.

Publicado en http://blogs.opinionmalaga.com/eladarve/ el sábado 16 de octubre de 2014.

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