No te preocupes por llegar tarde

Por Miguel Angel
Santos Guerra.  
Llevo todos los días a mi hija Carla al Colegio. No hace mucho, siguiendo una escrupulosa costumbre, a las ocho y media de la mañana, me puse al volante y ella ocupó su silla en el asiento trasero. Nos colocamos los respectivos cinturones y nos pusimos en marcha. A mí me gusta escuchar la radio, ella prefiere canciones. Así que negociamos convenientemente los trayectos. Cuando ese día enfilamos la carretera de circunvalación nos topamos con un atasco tremendo.

- Carla, le dije con preocupación, te has levantado pronto, te has vestido con rapidez y has desayunado a buen ritmo, pero vamos a llegar tarde. Mira qué atasco hay tan enorme. Es probable que haya ocurrido un accidente.

Estábamos casi parados. Volví a insistir en el indeseable retraso. Ella sabe que me gusta llegar con puntualidad cada mañana. Al ver mi insistencia y mi inquietud, me dijo con resolución:

- Papá, no te preocupes por llegar tarde, ya que vamos al Cole. Lo malo es que fuéramos a un cumple y entonces me perdería el mago, la tarta y la piñata.

Es decir que, a su juicio, se pierden cosas importantes e interesantes si se llega tarde a una fiesta de cumpleaños. Pero no si se llega tarde a la escuela. Y eso que es una magnífica estudiante, inteligente y aplicada. Me quedé pensativo. ¿Qué es lo que se pierden los escolares si llegan tarde o no van al Colegio? ¿Es de lamentar? ¿Es para alegrarse? ¿O da exactamente lo mismo?

Eso fue hace un par de años. Al iniciar este curso, planificábamos las actividades extraescolares por si el trabajo le resultaba excesivo. El diálogo siguió por estos derroteros:

-¿Quieres dejar el Conservatorio de música y las clases de piano?
- No, de ninguna manera. El piano me encanta.

- ¿Quieres dejar las clases de ballet?
- No, las clases de ballet, no. Me gustan mucho.

- ¿Quieres dejar la equitación?
- Eso sí que no, dijo con aplomo. No puedo dejar a mi yegua Curra.

Entonces vio una solución que acababa con todos los problemas a la vez, los de tiempo y los de priorización. Y dijo como si hubiera dado con la piedra filosofal:

- ¿Y si dejamos el Colegio?

Pues nada, otra vez a pensar. ¿Qué pasaría si dejásemos el Colegio? ¿Qué se perdería? ¿Qué es lo que aprenden nuestros alumnos y alumnas en las instituciones escolares? ¿De qué naturaleza son los aprendizajes? ¿Aprenden solo conocimientos? ¿Aprenden destrezas? ¿Aprenden actitudes? ¿Aprenden valores? ¿Para qué les sirve lo que aprenden? Una cosa es saber, otra saber hacer y otra saber ser. En los tres ámbitos de competencias es necesario hacer adquisiciones. Pero, ¿cuáles?, ¿cuándo?, ¿cómo?

Creo que la pregunta tiene tres dimensiones concatenadas. La primera se refiere al diseño del curriculum, es decir a las decisiones referidas a la selección de los contenidos y experiencias de los aprendizajes. Cuáles han de ser y cómo se han de estructurar. La segunda se refiere al desarrollo del curriculum en las instituciones, es decir a las cuestiones relativas a las estrategias adecuadas para realizar esos aprendizajes. La tercera, que cierra, el proceso de interrogaciones tiene que ver con la comprobación de que esos aprendizajes realmente se han aprendido y si no se ha alcanzado la meta, por qué motivos ha sido. Las tres cuestiones tienen un denominador común que se refiere a los agentes de los tres ámbitos, es decir, a los responsables de esos procesos y a su cualificación. Y, por otra parte, a quienes tienen que realizar esos aprendizajes.

Se insiste hoy en la necesidad de adquirir competencias. Me parece bien, con tal de que no se desvirtúe el término y nos demos de bruces, como está sucediendo en algunos lugares, con los objetivos operativos de Mayer o con la triple taxonomía de Benjamin Bloom.

Téngase en cuenta, además, que hoy el conocimiento se nos viene encima en avalanchas incontenibles. Hace falta tener criterios para saber cuándo los conocimientos que encontramos tienen rigor y cuándo están adulterados por intereses económicos, comerciales, políticos o religiosos.

Me preocupa mucho que los aprendizajes de la escuela estén alejados de la vida y de los intereses de los escolares. Un viejo cuento hindú que he leído en el libro “Cuentos clásicos de la India”, de Ramiro Calle, nos puede servir para reflexionar sobre la pertinencia de los aprendizajes que se realizan en la escuela:

“Un joven erudito, arrogante y engreído quiso atravesar un río caudaloso. Para cruzarlo de una a otra orilla tomó una barca. Silente y sumiso, el barquero comenzó a remar con diligencia. De repente, una bandada de aves surcó el cielo y el joven preguntó al barquero:

– Buen hombre, ¿has estudiado la vida de las aves?
– No, señor, repuso el barquero.
– Entonces, amigo, has perdido la cuarta parte de tu vida.

Pasados unos minutos, la barca se deslizó junto a unas exóticas plantas que flotaban en las aguas del río. El joven preguntó al barquero:

– Dime, barquero, ¿has estudiado botánica?
– No, señor, no sé nada de plantas.
– Pues debo decirte que has perdido la mitad de tu vida, comentó el petulante joven.

El barquero seguía remando pacientemente. El sol del mediodía se reflejaba luminosamente sobre las aguas del río. Entonces el joven preguntó:

– Sin duda, barquero, llevas muchos años deslizándote por las aguas. ¿Sabes algo de sus componentes químicos?
–No, señor, nada sé al respecto. No sé nada de estas aguas ni de otras.
–¡Oh, amigo!, exclamó el joven. De verdad que has perdido las tres cuartas partes de tu vida.

Súbitamente, la barca comenzó a hacer agua. No había forma de achicar tanta agua y la barca comenzó a hundirse. El barquero le preguntó al joven:

– Señor, ¿sabe nadar?
– No, repuso el joven.
– Pues me temo, señor, que ha perdido toda tu vida.

El Maestro dice: No es a través del intelecto como se alcanza el Ser: el pensamiento no puede comprender al pensador y el conocimiento erudito no tiene nada que ver con la Sabiduría”.

Hace años vi una deliciosa película argentina de Adolfo Aristiarain titulada “Un lugar en el mundo”. En esa película hay una escuela. Y en esa escuela, un buen maestro. Al terminar la escolaridad de una promoción, el maestro congrega a sus discípulos y les dice:

- Más preocupado que por la cantidad de datos que habéis almacenado en vuestra cabeza, estoy preocupado por el hecho de que aquí hayáis aprendido a pensar y a convivir.

Tenía razón aquel maestro. Porque saber pensar ayuda a descubrir y entender el mundo, a ver los hilos ocultos de la realidad, a explorar con curiosidad y a perseguir la verdad. Aprender a pensar significa que se ha hecho uno un buscador del conocimiento necesario para la vida. Haber aprendido a convivir significa que se ha conseguido reconocer la dignidad de los seres humanos, que se ha descubierto de formas práctica la solidaridad y compasión. Es decir, la forma de construir un mundo más justo y más hermoso.

Publicado en http://blogs.opinionmalaga.com/eladarve/ el sábado 11 de octubre de 2014.

Publicar un comentario

0 Comentarios