Por Miguel Angel Santos Guerra. |
El cine es un buen instrumento para abordar cuestiones de tanto calado y de tanta importancia en una sociedad. Ya pasó el tiempo en que los intelectuales denostaban al cine como un espectáculo de barraca, incapaz de meterse en grandes profundidades, como afortunadamente sucedÃa con la palabra.
Siendo Director del Departamento de Didáctica y Organización Escolar creé una filmoteca que ha ido enriqueciéndose sin cesar. Hoy es frecuentemente utilizada, como ha mostrado fehacientemente en su tesis mi querido amigo y excelente doctorando Rául Rojano. El cine puede ser un excelente recurso didáctico.
No es un tema fácil la educación. Por no decir que es un tema difÃcil, muy propenso a los tópicos, a las simplificaciones y a la superficialidad.
Viene todo este largo preámbulo a introducir las reflexiones que quiero hacer sobre una pelÃcula que he vuelto a recuperar hace unos dÃas. Me refiero a “La versión Browning”, dirigida por Mike Figgis en 1994, segunda adaptación cinematográfica de la obra homónima de Terence Rattigan. La primera adaptación, en blanco y negro, se hizo en la fecha ya lejana de 1951.
Traigo a colación esta pelÃcula por el impacto que me causó el discurso con el que que el profesor Andrew Crocker-Harris (excelente Albert Finney) cierra una triste trayectoria profesional.
Andrew Crocker-Harris, profesor de Lenguas clásicas en la Abbey School, un internado para chicos, se ve obligado a jubilarse. Durante más de dos décadas ha intentado, sin demasiado éxito, inculcar en sus alumnos la sensibilidad para valorar a los clásicos. Su estado de ánimo oscila entre la rigidez y el abatimiento que le produce saber que su rector le ha puesto el mote de “El Hitler de quinto curso”. Por otra parte, su vida personal tampoco marcha bien, ya que su esposa (Greta Scacchi), una mujer mucho más joven que él, le engaña con otro profesor del mismo centro y le ridiculiza en público siempre que puede..
Su rigidez, casi enfermiza, recibe una burla final demoledora ya que, al jubilarse prematuramente por una dolencia cardÃaca, pierde sus derechos y queda en la indigencia. Digamos que el destino le acaba aplicando una buena dosis de la medicina que él ha repartido con creces.
En la solemnidad del acto de despedida, el profesor Crocker-Harris empieza a pronunciar un discurso de corte académico:
“El estudio de los clásicos, en mi opinión, es la base de nuestra cultura. Y la cultura no es más que la expresión de lo mejor que hay en la sociedad. La filosofÃa, un gobierno honrado, la justicia, el arte, el idioma… Nuestra herencia clásica ya no se valora suficientemente. ¿Cómo ayudaremos a moldear seres humanos civilizados si ya no creemos en ola civilización?”.
De pronto se interrumpe, deja las hojas que tiene entre las manos, baja las escalaras entre la expectación de loa asistentes y da rienda suelta a los sentimientos que le invaden:
“Ahora, lo siento. Lo siento porque creo que me he merecido el epÃteto de Hitler de quinto curso. Lo siento porque no he conseguido darles lo que tienen derecho a exigir de mi como su profesor: compasión, ánimo, humanidad.
He degradado la llamada más noble que puede seguir una persona: el cuidado y la formación de los jóvenes.
Cuando llegué a este colegio aun creÃa en mi vocación docente. SabÃa lo que querÃa hacer y, sin embargo, no lo hice. No puedo dar ninguna excusa. He fracasado miserablemente.
Y solo puedo esperar que encuentren en sus corazones, ustedes y los alumnos que les han precedido, el modo de perdonarme por haberles fallado. Ne me será fácil perdonarme a mà mismo”.
El reconocimiento público y sincero de su fracaso arranca el aplauso de los asistentes al acto de su despedida. Su sinceridad, la autenticidad de sus palabras, su visible desgarro, su desolación, consiguen lo que no ha podido alcanzar en años de trabajo.
Un profesor exigente, rÃgido, amargado, sádico… Nunca ha conseguido el afecto de sus alumnos. Solamente uno de ellos (¿es suficiente?) se muestra cercano y afectuoso. Este chico le dice un dÃa en la clase a un compañero que el profesor le da pena. Cuando el docente enuncia un latinajo que nadie entiende, el compasivo alumno rÃe. Solo el él. El profesor le pide que salga y que le explique qué es lo que ha entendido.
- Nada, responde el alumno.
- Por qué te has reÃdo?
- Por cortesÃa.
El profesor le ridiculiza delante de la toda la clase. Al volver al puesto el compañero, le interpela:
- ¿Te da pena ahora?
La fidelidad del alumno John Taplow a su profesor es admirable. De hecho, el regalo que le hace en su despedida de la obra “Agamenón” en la versión Browning será su único consuelo. ¿Basta uno para justificar la profesión?, vuelvo a preguntar.
Traigo a consideración la triste historia que nos cuenta este clásico del cine para trasladar la reflexión al desarrollo profesional de los docentes. El caso del profesor Andrew Crocker-Harris es altamente preocupante. Llegada la jubilación reconoce públicamente su fracaso. Ha sido un profesor amargado que ha martirizado a sus alumnos y se ha dañado a sà mismo, en un terrible alarde sadomasoquista. Ha sufrido y ha hecho sufrir.
En la vida de los docentes existe, además de la vertiente profesional o pública otra de carácter personal y privado que no se puede ignorar. En la pelÃcula, la mujer del amargado profesor de ciencias clásicas tiene una aventura con otro profesor y ridiculiza a su marido en público siempre que puede. Una tortura añadida.
Me preocupa el desarrollo profesional de los docentes. Su actitud ante sà mismos, ante los alumnos, los colegas, las familias y la sociedad. Y todo aquello que en el clima escolar facilita o dificulta el compromiso. Hay ambientes desoladores y frustrantes en los que es difÃcil desenvolverse con entusiasmo. Hay otros en los que, por contra, es difÃcil mostrarse reticentes o desanimados.
Lo que me impresiona del discurso final de este profesor de “La versión Browning” es que formula la decepción demasiado tarde, cuando solo hay tiempo de reconocerla pero no de corregirla. La vida es una obra de teatro que no admite ensayos.
Publicado en http://blogs.opinionmalaga.com/eladarve/ el sábado 11 de junio de 2016.
0 Comentarios