La instituciĆ³n optimista

Por Miguel Angel
Santos Guerra.  
BelĆ©n Varela escribiĆ³ hace unos aƱos un hermoso libro titulado “La rebeliĆ³n de las moscas” (EdebĆ©). El subtĆ­tulo nos pone en la pista de su contenido: Principios, pautas y estrategias para las organizaciones optimistas. No es un libro especĆ­fico sobre la escuela sino sobre cualquier tipo de organizaciones. Siempre habĆ­a pensado en el optimismo como una actitud psicolĆ³gica de las personas, pero no como una caracterĆ­stica de las organizaciones. La lectura del libro fue muy sugerente para mĆ­ y me llevĆ³ a buscar los elementos que definen a la instituciĆ³n escolar como una organizaciĆ³n optimista.

Creo que la escuela es la instituciĆ³n optimista por antonomasia. ¿Por quĆ©? Pues porque la tarea que se realiza en ella es de cuƱo intrĆ­nsecamente optimista. EnseƱar parte del siguiente presupuesto: los seres humanos pueden aprender, los seres humanos pueden mejorar. La educabilidad se rompe, dice Merieu, en el momento en que pensamos que el otro no puede aprender y que nosotros no podemos ayudarle a conseguirlo. Es tan consustancial el optimismo a la educaciĆ³n como mojarse para el que va a nadar. Sin optimismo podemos ser buenos domadores pero no buenos educadores.

La escuela es una organizaciĆ³n optimista, por otros motivos, que pasarĆ© a comentar con la brevedad que me exige este espacio.

Por ser la gran mezcladora social: en la escuela trabajan alumnos y alumnas de todos los colores, razas, creencias,  capacidades,  procedencias… A ella acuden blancos y negros, niƱos y niƱas, inmigrantes y autĆ³ctonos, ricos y pobres, listos y torpes, obedientes y rebeldes, guapos y feos, sociables e insociables, normales y discapacitados… Estudian en las mismas aulas y conviven en los mismos patios, pasillos y recreos. Aprenden a ser diferentes, a valorar y respetar la diversidad.

El conjunto de alumnos y alumnas, tan diversos afortunadamente, trabajan y conviven bajo la guĆ­a de profesionales  que saben lo que se traen entre manos. Digo esto porque tambiĆ©n hay diversidad casi infinita de personas en la calle, en el campo de fĆŗtbol, en el cine, en un concierto, en un parque… Pero allĆ­ no siguen un programa de trabajo expresamente preparado para el aprendizaje y la convivencia.
Por ser  el laboratorio de la ciudadanĆ­a: en la escuela se aprende a convivir. No solo se estudian matemĆ”ticas, ciencias, lengua y geografĆ­a. Existen programas de educaciĆ³n para la paz, de coeducaciĆ³n, de educaciĆ³n para la convivencia… Y, por otra parte, de forma genĆ©rica, aprenden a pensar, a respetar, a compartir, a relacionarse, a cumplir las normas en beneficio de todos.

Y aprenden, en la clase de Ć©tica o similares, los principios de la convivencia en paz. En la escuela se hacen personas civilizadas.

Por el carĆ”cter colegiado de su acciĆ³n: la escuela es la unidad funcional de planificaciĆ³n, intervenciĆ³n, innovaciĆ³n, evaluaciĆ³n y mejora. El proyecto de la escuela estĆ” concebido y desarrollado por la comunidad educativa. Todos tienen un objetivo comĆŗn y todo ha de ser realizado bajo la perspectiva colegiada. Ese hecho permite que todos aprendan de todos y que todos ayuden a todos. Las actitudes cooperativas son esenciales para conseguir los objetivos comunes.

Por la edad de sus beneficiarios: no es igual una organizaciĆ³n geriĆ”trica que una organizaciĆ³n infantil o juvenil. No es igual un hospital que una escuela. La escuela acoge a niƱos y jĆ³venes. Sus beneficiarios estĆ”n en la edad de la esperanza, en la edad de las expectativas, en la etapa del desarrollo que busca el futuro.

Casi todo estƔ sin hacer, casi todo estƔ a la espera del crecimiento. DirƩ que todo se puede convertir en expectativas.

Por las consecuencias de su actividad: las sementeras de la educaciĆ³n dan cosechas a corto o largo plazo. Cosechas de aprendizaje, de desarrollo, de crecimiento  intelectual y humano. No es fĆ”cil imaginarse hoy un mundo sin escuelas.

Las repercusiones de la actividad docente se expanden en una sucesiĆ³n interminable de cĆ­rculos concĆ©ntricos.

Millones y millones de testimonios respaldarĆ­an el enunciado de este epĆ­grafe. Son innumerables los testimonios de quienes valoran de forma positiva la tarea de la escuela. Dice RubĆ©n Alves en “La alegrĆ­a de enseƱar”, un hermoso libro que permite tocar con la mano la dimensiĆ³n optimista de la instituciĆ³n: “EnseƱar es un ejercicio de inmortalidad. De alguna forma seguimos viviendo en aquellos cuyos ojos aprendieron a ver el mundo a travĆ©s de la magia de nuestra palabra… Por eso el profesor nunca muere”.

Por los fines que la inspiran: la escuela tiene la misiĆ³n de formar ciudadanos responsables, crĆ­ticos, solidarios…

Las escuela tiene la pretensiĆ³n de que los alumnos aprendan a pensar y a convivir. Son finalidades optimistas.

Por la esencia de la autoridad que la guĆ­a: la escuela tiene una autoridad que educa. Quien manda en la escuela ayuda a crecer. Por el contrario, quien silencia, machaca, acalla, destruye y desanima, tendrĆ” poder, pero no autoridad.

La palabra autoridad proviene del verbo latino Auctor, augere, que significa hacer crecer. “El perro con el rebaƱo, dice BelĆ©n Varela,  pero el rebaƱo no le sigue”.

Por ser el dominio de los afectos: recuerdo el tĆ­tulo de un precioso libro de Alexander Neiil, creador de la escuela de Summerhill: “Corazones, no solo cabezas en la escuela”. Tiene fecha de 1978. Ya ha llovido desde entonces. El tĆ­tulo sigue encerrando una gran verdad.

La educaciĆ³n es un proceso relacional. Y la relaciĆ³n que salva estĆ” sustentada en el amor. Esta profesiĆ³n gana autoridad por el amor a lo que se enseƱa y el amor a lo que se enseƱa.

Por la innovaciones que exige: la escuela es una instituciĆ³n que estĆ” forzada a la innovaciĆ³n. No puede instalarse en las rutina. Porque tiene que educar para el futuro. La escuela tiene que preparar a los ciudadanos para un futuro mejor. Y es una instituciĆ³n que aprende, no solo que enseƱa. Eso expliquĆ© en mi libro (editado en Morata) que lleva por tĆ­tulo “La escuela que aprende”.

Por su capacidad para hacer frente a los problemas: las instituciones optimistas se caracterizan por la capacidad de hacer frente a las dificultades, problemas y retos nuevos que se plantean. AsĆ­ lo ha demostrado haciendo frente a las nuevas exigencias que la sociedad le ha ido planteando: inmigraciĆ³n, incorporaciĆ³n de nuevas tecnologĆ­as de la informaciĆ³n y de la comunicaciĆ³n, cambios sucesivos de prescripciones, presiones sociales cargadas de exigencias…

Todo lo dicho no libra a la escuela de sus limitaciones, de sus lacras, de sus defectos. La escuela es una instituciĆ³n heterĆ³noma (la han llamado instituciĆ³n paralĆ­tica porque no se puede mover sin prescripciones externas), tiene una enorme presiĆ³n social, es homogeneizadora, jerĆ”rquica, estĆ” dĆ©bilmente articulada… Pero creo que alberga en su seno el fermento de la sociedad ya que tiene la misiĆ³n de cultivar y transmitir conocimiento y de impulsar la solidaridad, la justicia, la libertad y la paz. Hay pocas cosas terrenales mĆ”s hermosas  y mĆ”s perdurables que una escuela.

Publicado en http://blogs.opinionmalaga.com/eladarve/ el sĆ”bado 2 de julio de 2016.

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