Hugo Alvarez, la pasión de contar historias a través de la danza

Hugo Alvarez, en uno de los espacios de la escuela, un lugar donde se respira arte. (LA OPINION)

Es un referente en la enseñanza del folklore y un hombre respetuoso de las cosas de la tierra. Con el ballet “El Triunfo” vivió grandes epopeyas, como la de atravesar la columna vertebral de América llevando su arte. Hoy aunque ya no da clases, sabiendo hacer lo que hace, sigue ideando formas de contar aquello que es parte de la historia.

Hugo Marcelo Alvarez tiene 53 años y es un reconocido profesor de danzas de la ciudad. De hecho toda su vida está atravesada por el folklore, el arte y el profundo respeto por lo autóctono. Eso se nota en su hablar y en su sentir. Nació en Pergamino el 24 de agosto de 1965. Hasta que cumplió 3 años vivió en cada de sus abuelos maternos: Francisco Barbarita y Angela Juárez, en el barrio Acevedo, a media cuadra del Club de Pescadores y la cancha de Tráfico’s. Luego se mudó a la casa que sus padres construyeron en el barrio Villa Progreso. Habla en el comienzo de ese núcleo familiar conformado por su padre Hugo Luis Alvarez, ya fallecido; su madre Celia Mercedes Barbarita; y sus hermanos Luis Rubén que falleció cuando tenía un año y medio en un accidente hogareño; y Rosana Andrea que es trabajadora social y diez años menor que él. “Mi papá fue empleado metalúrgico, trabajó en Lucini y más tarde en el mantenimiento del Hospital de Virosis; y mi madre está jubilada, trabajó en la Clínica Pergamino donde fue telefonista y en el Hospital zonal”, cuenta en la entrevista que se desarrolla en la calidez de su hogar, un espacio lleno de música y de historia.

Fue a la Escuela N° 62, establecimiento en el que se habían educado su padre y sus tíos paternos e institución que también albergó la formación de sus hijos.

En todo momento habla de su familia. Se casó con María Gabriela Cárcamo, una mujer a la que conoce desde siempre. “Nos unió la que fue mi pasión, mi forma de vida y aquello en lo que deposité toda mi pasión: la danza”, refiere y comenta que en la escuela de María Delia Pujol siempre bailaron juntos. “Los dos nos nutrimos de la mano de María Delia en la escuela que después pasó a llamarse Instituto Posta del Pergamino y su ballet El Triunfo. Con Gabriela nos conocimos cuando yo tenía 9 ó 10 años y ella apenas 5 ó 6, bailamos siempre juntos y cuando tuvimos 20 años iniciamos una relación que desembocó en la que hoy es nuestra familia”.

Tienen cuatro hijos: Magdalena “Macacha”, Nicasio, Aurelia y Santos. “Todos son bailarines”, remarca Hugo y describe a cada uno de ellos con el amor del padre y la admiración del artista: “Nicasio reside en Buenos Aires donde explota su actividad artística, tiene formación circense y es maestro de Arte; Aurelia es bailarina y fotógrafa y con su cámara participa activamente de muchos colectivos y movimientos feministas, además de militar en política; Magdalena tomó la posta y lleva adelante las actividades de la Escuela de Danzas y es docente; y Santos es bailarín, músico y jugador de fútbol”.

Hace un mes y medio nació su nieta Cuyen. La pequeña lleva un nombre mapuche cuyo significado es “Luna”. Hugo se emociona cuando habla de ese ser que llegó para mostrarle cómo el amor infinito que se siente por los hijos se multiplica exponencialmente con la llegada de los nietos.

Lo autóctono

Hugo confiesa que desde siempre tuvo un acercamiento a lo autóctono y sintió una profunda curiosidad y respeto por las cosas de la tierra. Lo atribuye a las canciones de cuna que le cantaba su padre y que aún hoy recuerda. “Por las siestas mi papá me cantaba ‘El corralero’, una milonga campera. Esa fue la primera música que escuché y creo que esas melodías despertaron mi curiosidad y mi pasión. De chico recuerdo que cuando había música yo siempre quería bailar y zapatear”, menciona.

La danza

Nunca hizo oídos sordos a ese llamado inexplicable de la vocación y siendo un niño un día vio pasar por la puerta de su casa a un compañero de colegio, Fabián Tocalini que le dijo que iba a la escuela de danzas. “Recuerdo que ahí nomás le avisé a mi mamá que me iba con él”. Así fue que llegó al lugar donde se formaría como profesor y bailarín, la escuela de María Delia Pujol que funcionaba en “La Fraternidad” del Ferrocarril Belgrano.

El pilar de su formación fue la danza folklórica, también la música ciudadana y fruto de haber creado lazos con otras comunidades incursionó en las danzas folklóricas de distintos países.

Desde aquellos comienzos, la danza fue para Hugo un camino ininterrumpido, aunque a la par de esa actividad egresó como técnico mecánico del Colegio Industrial. “Si bien no ejercí, lo que aprendí me sirvió mucho para montar escenografías y estructuras”, refiere.

Se recibió siendo muy joven en el Instituto Argentino de Folklore que estaba regido por Lázaro Fluri, un investigador reconocido. “Al egresar, María Delia Pujol me invitó a que la acompañara en la escuela como docente, tomé el desafío y comencé a dar clases. Primero fue en Pergamino y más tarde en Peyrano y en Sargento Cabral”, detalla. Todavía recuerda aquel Chevallier que lo llevó hasta Peyrano para iniciarse en el camino de las clases que daba en la biblioteca de la localidad.

Un gran desafío

En 1989 cuando su maestra dejó la profesión, por decisión del grupo de profesores del Instituto Posta del Pergamino, Hugo fue elegido para continuar el camino siendo director de una red de escuelas de danzas y del ballet El Triunfo que había nacido en 1978 para nuclear a quienes al egreso de la formación querían seguir alimentando el arte de la danza. “Fue así que me hice cargo de la escuela en la que yo había empezado a estudiar”, expresa.

Ese representó un hito trascendente. De algún modo fue tomar el legado de seguir formando alumnos y de sostener el trabajo del ballet El Triunfo. Tomó el desafío con irrenunciable compromiso.

Hoy la escuela de danzas funciona en un inmueble contiguo a su casa. Sus hijos le han marcado una impronta diferente a la actividad, pero la esencia sigue intacta. Lo mismo que el espíritu de Hugo de siempre estar ideando alguna historia para montar un espectáculo. “Hoy ya no estoy dando clases sistemáticamente porque mi hija Magdalena ha tomado la posta, pero siempre estoy cerca”, expresa este hombre que sigue bailando, escribiendo e imaginando el futuro.

Contar historias

Confiesa que le gustan por igual el bailar y la docencia. Y de algún modo logró hacer confluir en su tarea de todos los días sus pasiones: la danza y la historia. “Siempre referencia mis espectáculos, los creé imaginando historias”.

“Mi pasión por la historia es grande y las puestas en escena de los espectáculos fueron con la premisa de contar historias a través de la danza. Si bien lo nuestro es bailar ritmos diversos, siempre se expresan para relatar y rescatar en una historia un pasado que vivió”, sostiene.

La gran epopeya

A lo largo de su carrera, logró entablar una relación muy profunda con bailarines de distintos lugares, uno de ellos Alexander Cardona, un colombiano integrante de la compañía Raíces de Colombia, con el que consiguió desarrollar el espectáculo “Hermana Colombia” que le dio enormes satisfacciones y selló una hermandad.

Ese lazo entrañable fue quizás la génesis de lo que Hugo llama “la gran epopeya” del ballet El Triunfo. “En el año 2005 logramos cruzar la columna vertebral de América con nuestra danza. El hermanamiento con Colombia y la pluriculturalidad de los países latinoamericanos despertaron nuestro entusiasmo y emprendimos un viaje con una compañía integrada por treinta músicos y bailarines. Fue una experiencia extraordinaria que nos permitió nutrirnos de lo mejor de cada cultura”.

“El viaje lo hicimos en octubre de 2005 con mucho sacrificio y con un micro propio que habíamos adquirido unos años antes”, agrega. “Salimos de la puerta de la casa de mi mamá donde tengo guardado el vestuario, llegamos a Mendoza, de ahí cruzamos a Chile y estuvimos de gira por América durante unos meses”, cuenta.

En Rancagua, la tarea diaria

Al regreso de aquella epopeya, señala que al micro fue necesario hacerle algunos arreglos. “Norma García me dio una mano enorme para que el micro pudiera integrarse a la flota de transporte del Instituto Comercial Rancagua. Y fue así que comencé a trabajar como chofer en 2006, llevando a los chicos”.

“En aquel momento Miguel Benestante me abrió las puertas del colegio y a la par dictaba un taller de danzas y también fui preceptor. Hoy solo estoy abocado al traslado de los alumnos y a la cooperativa de transporte”, señala.

Un espectáculo que los envuelva

En la intimidad de su hogar confiesa que su anhelo es poder crear un espectáculo que envuelva a todos los miembros de su familia y que cada uno en su disciplina pueda expresar su arte para contar una historia. Su esposa es narradora oral y él la define como “el componente que completa lo que hacemos”. Tiene en mente la historia que pueden tejer juntos como familia. Y lo que imaginan tiene un fuerte anclaje en la realidad que a Hugo le duele. “Estos momentos me tienen expectante. Hay una historia que está ahí, casi lista para ser contada que tiene mucho que ver con lo que le está pasando a la sociedad dolida en todos sus aspectos y que se ha vuelto intolerante con el que piensa diferente”, refiere. Y prosigue: “Acrecienta mi dolor que no se conozca lo que se hizo con las comunidades originarias, es una materia que adeudo y casi una obligación que he tomado como premisa. Porque acrecienta mi dolor ver que eso que pasó hace tantísimos años se teje con lo que estamos viviendo en el presente”.

Lo que se sueña, se cumple

Una chispa se advierte en la mirada cuando menciona el compromiso de sus hijos con el arte. “Lo mamaron desde la cuna porque nosotros para bailar nunca nos desprendimos de ellos. Muchas veces las sillas fueron cuna y los ponchos, mantas”, confiesa satisfecho de verlos resueltos y encaminados. “Crecieron nutridos por el arte y nada de lo que hacen es extraño ni casual”.

Está convencido de que todos los proyectos que pudo concretar y las realizaciones primero fueron ideas. “Uno se propone el camino que recorre”, dice casi sobre el final mientras recorre la escuela de danzas donde niñas y niños se disponen a comenzar su rutina de ensayos. Hay alegría, la misma que siente Hugo cuando recuerda que estando de luna de miel se prometieron con su esposa volver a bailar en el escenario de Cosquín y lo consiguieron. O cuando a la luz de las estrellas imaginó la escuela, que luego pudo construir con la ayuda generosa de quienes siempre estuvieron dispuestos a tender una mano.

“La danza ha sido muy generosa conmigo y con los míos. Lograr lo que hemos logrado es una satisfacción”, resalta, rescatando la leyenda que acompaña al Ballet El Triunfo: “Mensaje maduro del corazón de la tierra, hecho danza”.

“Nunca traicionamos esa premisa, algunas veces el camino se hizo cuesta arriba en lo económico, pero en lo artístico la aceptación siempre fue total quizás porque le hemos puesto el alma a la tarea de contar historias a través del arte y la danza”, concluye, agradecido.



Fuente: laopinionpergamino

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