Así como “El agua mala” le dio vida al genial libro de Josefina Licitra sobre el ocaso de Epecuén, bien podría usarse el rótulo para narrar esta historia, porque también hay quienes caminaron sobre las ruinas. Los protagonistas son el relato vivo de las épocas doradas, de los salones asqueados de lujo, de filas trenzadas de carruajes, autos y bohemios. Son un piano y una mujer, los únicos sobrevivientes del viejo Hotel de Melincué.

Pablo Rodríguez
Ahí, en pleno corazón de los humedales del sur santafesino, dos empresarios levantaron una construcción en la que se contaban 34 habitaciones con todas las comodidades, playas de fácil acceso para las embarcaciones, orquestas, estación de servicio, usina propia, pista de bowling y de aviones. En ese lugar, donde a comienzos de la década del 30 la “barroterapia” y las aguas termales eran el gancho para garantizar el éxito, tuvieron que pasar dos grandes inundaciones para llegar al final de esta crónica. Del traje, la corbata y la galera, a los shorts con sandalias en un parpadeo.
Como la Atlántida que narraba Platón, el viejo hotel de Melincué desapareció de golpe.

Foto: J. M. Fotografía
Doña Esther Taconi, era conserje del Club Náutico que tenía la concesión en el balneario. Llegó para hacerse cargo de la parte gastronómica del viejo hotel durante tres años, exactamente hasta marzo de 1975 que la laguna se hartó de la gente y los echó.
Como si hubiese sido ayer, recuerda que una noche llovieron 320 milímetros y se inundó todo. Había personas de temporada pasando los días. Con su marido, juntaron lo que pudieron y se despidieron con un tibio “hasta siempre”. La laguna estaba colándose en el pueblo. Las aguas tercas venían para quedarse.
Hasta recuerda el retumbe de las voces imponentes del tango en aquellos días, como la de los santafesinos Rosanna Falasca y Raúl Lavie. A Mirtha Legrand, dice que nunca la pudo ver por ahí. El relato popular, repetía lo contrario. En fin.

Foto: El Litoral
Doña Taconi, que se metió muy poco al agua de Melincué (no le gustaba mucho; remarca que era fría, oscura y salada), se acuerda del piano, el otro sobreviviente: “Lo teníamos a la entrada. Estaba ahí. Cualquier corajudo que se animara, pedía permiso y se sentaba. Pero no había un músico fijo”, destaca.
Por si acaso, agrega: “Sí me acuerdo que había un flamenco gigante embalsamado, al lado del piano de cola. Lo vimos hace mucho en el edificio comunal pero después desconocimos su paradero”.
Quizá ese misterio, pueda empezar a resolverse.

Foto: El Litoral
Piano man
Así como el clásico y eterno hit de Billy Joel, Melincué tiene un “Piano man”. O al menos, se lo conoce amante de las teclas blancas y negras. Es el ex presidente comunal y médico del pueblo, Andrés Sacchetto. Fue él quien hizo sonar a la mole de madera que hoy se encuentra sobre el escenario del ex Colegio Nacional de Comercio. El instrumento, todavía tiene un brillo único.
El piano de cola es de origen alemán, marca “Kriebel” (si tuviese ruedas y motor, sería un Mercedez Benz). Estiman que llegó al pueblo en la década del 40 comprado por la comisión comunal para amenizar las veladas del gran hotel. Sobrevivió a la primera y segunda inundación. Hubo una misión especial que encomendó su rescate.

Foto: El Litoral
Resta el mantenimiento de la máquina (desde la tecla al martillo que hace sonar la cuerda), que está en buenas condiciones. Hasta planean enchaparlo en caoba, para el final: “Queremos que la gente vea la versatilidad. Traer grupos y músicos que le den uso en distintos géneros. Abre muchas posibilidades en lo cultural”, aclara el doctor. Y agrega: “Este piano, fue el centro de todas las veladas y las noches en el hotel, que veía caminar por sus pasillos entre 20 y 30 mil personas por fines de semana. Era un lujo de la clase media y alta que superaba a cualquiera de la época en muchos lugares del país”, destaca.

Foto: El Litoral
Lo único claro es que se miran desde lejos. Pero no se tocan.
Fuente: ellitoral.com
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