Canción para un pibe creciendo

Por Jorge Cadús. 
El amigo y colega, Carlos del Frade, dijo muchas veces aquello que en la cancha chica del fútbol puede leerse qué pasa en la cancha grande de la historia.
Entre otras ideas que relacionan fútbol y vida cotidiana, ésa siempre nos convocó a pensar estos arrabales a partir de todo lo que se mueve alrededor de la pelota.
Ese todo que incluye pasión, dolor, toque al pie, tristezas, abrazos, marca cortita, impunidades, amagues, caño y cobardías.
La de dios nos sale cada vez menos, y el travesaño ejerce una porfía de rechazos que acalambra el grito de gol en la garganta.
Sabemos que siempre habrá revancha, pero igual hay fules de esos que duelen, y enfurecen.

El último domingo, Envar y su mamá, el Fede y sus papás, se fueron a pasar la tarde a los jueguitos del Parque Independencia.
Envar tiene cinco años, y una pasión desatada por Rosario Central que ha heredado de las historias comunes de sus viejos. Se fue al Parque, a jugar, con una remera con los colores de su equipo.
Una remera que dice "en mi mundo canaya hay lugar para todos".
El Fede, canaya también, se puso la camiseta.
Se fueron al Parque, un espacio público, a jugar.
Y en eso estaban, hasta que desde la sede de ese Club hermano en las desgracias, de ese Ñuls tan saqueado como el canaya, salieron dos muchachos, camisetas rojinegras.
Fueron donde el Fede y Envar corrían atrás de una redonda, y le gritaron que se saquen las camisetas.
"Estás provocando", le gritaron los valientes muchachones al pibito de cinco años, mientras le manoteaban la remerita auriazul.
Las bravuconadas siguieron con las madres, después con el papá del Fede, un laburante metalúrgico que intentó explicar en medio de los gritos, las amenazas, el silencio de las muchas familias que había alrededor.
Se sabe: es domingo en un parque público.
Intercedió un tercer hombre, que también salió de la sede.
Y a la sede del club volvieron a entrar los tipos sensibles provocados por dos pibes de cinco y once años, y sus remeras canayas, jugando a la pelota en una plaza.
Se hizo necesario que la tarde siga en otros espacios públicos, con menos juegos y más palabras.
Esas que se hacen necesarias para explicar lo muchas veces inentendible.
Sin embargo, Envar lloraba porque no alcanzaba a entender la dimensión de esa violencia.

Hubo quien le dijo a las mamás: "A quién se le ocurre, ir con una remera de Central al Parque. Es como caminar por Génova y Cordiviola con la camiseta de Ñuls".
Nunca se me hubiera ocurrido semejante naturalización de la violencia.
Con Carina, la mamá de Envar, nos negamos profundamente a pensar en esos términos.
Educar en la libertad también tiene que ver con estas decisiones.
Más allá de colores, hablamos de dos tipos pasados de rosca manoteando a un pibe de cinco años, porque "los provoca".

Allá por los 70, en el fondo mismo de la red de la historia, en Rosario -en esta misma ciudad amasijada en las bodegas de los barcos cargueros, en esta rosa metalúrgica que ya no es, en esta "capital de los cereales"- el quinteto Musicanto, dirigido por Osvaldo Palazzo, grabó la notable "Canción para el Emilio creciendo", de Raúl Acosta y aquel "Gordo" entrañable, José Luis Bollea.
Cuando mi compañera me contó lo sucedido, esa canción comenzó a dar vueltas en la cabeza.
Y ahí estuvo todo el día, y sigue todavía ahora, que escribo estas líneas.
"Emilio está creciendo, ya conozco su risa: / un pan fresco que cruje con la menor caricia...", dice aquella canción dedicada al hijo de Acosta.
Y sigue: "En su pecho cobija el llanto y la alegría / de frente a la ternura crece todos los días. / Emilio ama las flores, la voz de los amigos, / en su mundo no caben la rabia y el olvido. / Yo tengo una tarea: para que su ternura / no se pierda en torpezas ni se vuelva amargura / tengo que combatir el hambre y la injusticia. / En nombre del Emilio debo cambiar la vida...".

Naturalizar la violencia es abandonar esa pelea indispensable.
Me parece que más que nunca hay que pelear, como pedía aquella canción, "en el nombre del hijo, / pelear por el destino, / volverlo compañero, enseñarle el camino".
"En nombre de todos los hijos que han venido / la lucha se hace clara por ser clara la vida. / Que será de los hijos si dejamos que siga / esta sucia manera de distribuir la vida..."

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