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Por Miguel Angel Santos Guerra. |
He visto muchas personas que se ufanan de no haber cambiado nunca y nada en la vida. Parecería que todo lo que ven, lo que leen, lo que escuchan, lo que piensan, lo que experimentan, les conduce al afianzamiento de sus tesis matrices. Esas personas utilizan con frecuencia el mecanismo de la lógica de autoservicio que consiste en razonar de manera tal que la conclusión acabe reforzando los puntos de partida y manteniendo las costumbres inveteradas.
Razonar de manera interesada, aunque falta de lógica, es una forma de atrofiar el pensamiento y de convertir en rutina la acción. Tenemos tendencia a defender lo que hacemos.
Me pregunto cómo es posible que algunos justifiquen los comportamientos que tienen. Cómo es posible llegar a la conclusión de que lo que se hace está bien hecho.
Existe el riesgo de interpretar la realizad, de analizar lo que sucede con el fin de sacar las conclusiones que nos interesan. Prueba de ello es que de unos mismos hechos hay personas que sacan conclusiones no solo distintas sino opuestas.
¿Cómo es posible, por ejemplo, que un grupo de fanáticos jalee con gritos de apoyo al joven que propinó un tremendo puñetazo al Presidente de gobierno del país? ¿Qué argumentación emplean? ¿Qué tipo de lógica aplican al análisis de la realidad y del comportamiento humano?
Pondré tres ejemplos de lo que a mí me ocupa y preocupa: la enseñanza. Supongamos que un profesor mantiene la tesis de que los alumnos tienen que estar estrictamente vigilados para que se porten bien. Otro docente piensa, por el contrario, que los alumnos deben estar frecuentemente solos para que aprendan a comportarse con responsabilidad en un marco de libertad.
Un buen día, los problemas de tráfico ocasionan el retraso de un profesor que no aparece en la clase durante media hora. Los alumnos arman un escándalo fenomenal. Cuando los dos profesores de ideas contrapuestas conocen los hechos, reaccionan de manera opuesta:
- ¿Lo ves?, dice el primero. ¿Ves cómo es necesario que los alumnos estén vigilados? Fíjate en el escándalo que han armado cuando se han visto solos.
El segundo docente, ante esos mismos hechos, saca la conclusión contraria:
- ¿Lo ves?, dice. ¿Ves lo que sucede por estar siempre vigilados? No han aprendido a comportarse responsablemente. Si hubieran estado solos con frecuencia, no hubiera sucedido nada.
Podemos encontrar ejemplos múltiples de este mecanismo en las sesiones de evaluación del alumnado que realizamos los profesores. Hay docentes que atribuyen el cien por cien de la responsabilidad del fracaso a la pereza, a la desmotivación, a la incapacidad, a la falta de nivel previo de los alumnos, a la incompetencia de la familias, al tamaño de los grupos o a las políticas educativas. Ni media reflexión aplicada al propio ejercicio profesional. A la bondad del curriculum, la riqueza de los métodos, la calidad de las actitudes…
Esta lógica de autoservicio fortalece la rutina ya que no se plantea la menor interrogación sobre aquellos aspectos que pueden tener influencia en el resultado de los alumnos y que dependen de las actitudes, las concepciones y las prácticas de los profesionales. El proceso de atribución, con escasa lógica y claro interés, descarga sobre los demás toda la responsabilidad del fracaso.
La explicación que daba aquel vendedor, no podía ser más torpe:
- Yo vendo, lo que pasa es que no compran.
La cuestión que permite al vendedor solucionar el problema, es preguntarse por la calidad de los productos, por la cuantía del precio, por la simpatía del que vende, por la ubicación del puesto, por la potencia de los competidores…
Otro ejemplo, aplicado no ya al pensamiento individual de los docentes, sino al comportamiento colectivo de los mismos en las instituciones. Pensamiento colectivo que pretende mantener la estructura y el quehacer de la institución. Al no dudar nunca, al no hacerse preguntas, mantienen las mismas dinámicas. Todo se explica con esa lógica de autoservicio que instala en la comodidad y la rutina.
Hace unos años visité una Escuela Normal en México (silenciaré el nombre de la localidad de forma intencionada). En las Escuelas Normales es donde se forma a las futuros maestros. Me enseñaron las instalaciones. En medio de una escalera imperial había un busto de una mujer. La Directora me explicó con orgullo que se trataba de una exalumna de la escuela, de una distinguida mujer que alcanzó fama por su valía y por su trabajo y una merecida fama en el país. Venía a decir:
- Qué excelente tarea realizamos en esta Escuela. Una prueba de ello es que haya salido de sus aulas un personaje de esta relevancia.
Pero si, ese mismo día hubiera aparecido en la prensa la noticia de que un grupo de ex alumnos de esa Escuela había violado y matado a varias mujeres, es probable que la conclusión hubiera sido de otro tipo.
- Hay que ver cómo se han descarriado estos muchachos. Qué poco han aprovechado nuestras excelentes enseñanzas.
En cualquiera de los casos la actividad podrá seguir siendo la misma. Esa forma de hacer hablar a la realidad conduce al inmovilismo, a la falta de aprendizaje, al mantenimiento de rutinas.
Se trata de una forma de pensar interesada, de un razonamiento puesto al servicio de quien lo maneja. No importa tanto el rigor cuanto el interés. No importa tanto la lógica cuanto el mantenimiento del statu quo.
Cuando pensamos que el otro es el que se equivoca, el que tiene el problema, el que tiene que cambiar, corremos el peligro de no caer en nuestros propios errores y limitaciones. Cuando pensamos que quien tiene defectos es el otro, no podemos mejorar.
Voy a reproducir una historia que los filósofos alemanes Thomas Cathcart y Daniel Klein cuentan en su hermoso e interesante libro “Platón y un ornitorrinco entraron en un bar”. Perdóneseme el tufillo sexista del relato.
Un hombre está preocupado porque su mujer se está quedando sorda, y decide consultar al médico. El médico le sugiere que realice una prueba muy simple con ella cuando estén en casa: que se coloque detrás y le pregunte algo, primero desde lejos, luego a unos tres metros y finalmente muy cerca de ella.
El hombre llega a casa y ve a su mujer trasteando en los fogones.
- ¿Qué hay para cenar?, pegunta desde la puerta.
No hay respuesta.
- ¿Qué hay para cenar?, repite después de acercarse un poco.
Sigue sin haber respuesta.
Finalmente se coloca detrás de ella y pregunta:
- ¿Qué hay para cenar?
La mujer se vuelve y grita:
- Por tercera vez: ¡pollo!
La sordera del marido se camuflaba bajo la sospecha de que quien estaba perdiendo la audición era la esposa. Es el modo de proceder de quien esconde su limitación tras la deficiencia de los otros. Es la lógica de autoservicio. Una burda trampa en la que frecuentemente incurrimos.
Publicado en http://blogs.opinionmalaga.com/eladarve/ el sábado 2 de enero de 2016
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